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La esperanza viaja en tren: una voluntaria chilena transforma vidas en Ucrania

Voluntaria Josi fotografiada por Olha Kosova en Ucrania, septiembre 2023
La esperanza viaja en tren: una voluntaria chilena transforma vidas en Ucrania
Article by: Alya Shandra

Nos encontramos por primera vez en el tren de Kiev a Zaporizhzhia. Que ella hablaba español me lo indicó el libro La sombra del viento, que estaba sobre su mesa. Durante las siete horas de nuestro viaje, me contó que en su vida cotidiana era sommelier, pero que llegó a Ucrania por su amigo Alex y el deseo de hacer algo por la gente de este país. Ahora, unos meses después de ese encuentro, en la víspera de Año Nuevo, en nuestra conversación telefónica, ambas coincidimos en que aquel día marcó el comienzo de una aventura, no muy larga, pero que definitivamente recordaremos.

Ese día, Josi se veía inspirada por la perspectiva de ser útil a la gente, pero también un poco nerviosa por la falta de experiencia y el hecho de que estaba tan cerca del frente por primera vez. Ahora, mi lejana amiga admite que no era de esas personas que van como voluntarias a África. Los diez días en Ucrania la cambiaron. “Es una revelación común entre nosotros, los voluntarios: ese despertar repentino, ese momento de claridad. Provenimos de rincones del mundo donde reinan la comodidad y la tranquilidad. Pero al llegar aquí, a este lugar tan diferente, me enfrento a una verdad ineludible: en cualquier instante, todo puede cambiar, y que hasta aquí llegó la vida en la tierra”, dice Josi.

La idea de la organización escocesa Siobhan Trust, para la cual trabajaba Josi, parecía muy sencilla: repartir pizza en áreas y pueblos recién liberados cerca del frente. El infierno de la guerra nos hace ver de otra manera las simples alegrías de la vida, así que una fiesta en medio de la tragedia generó cierto escepticismo. Sin embargo, intercambiamos números de teléfono y acordamos encontrarnos de nuevo.

Dos días después, en un pequeño autobús, nos sacudíamos por los caminos destrozados de mi pequeña patria, la tierra de los legendarios cosacos ucranianos. El pueblo donde organizamos la fiesta con pizza y jugo está a 21 kilómetros de Energodar, una ciudad en la orilla izquierda del Dnipro. A pesar de que ese verano a menudo escuchamos informes de explosiones en la planta nuclear capturada por los rusos al comienzo de la guerra, Marinka parecía tranquila. Cuando viajas alrededor de los círculos del infierno durante dos años, parece que el dolor se mide en la fragilidad de los ladrillos, los agujeros en los murales, la intensidad de los impactos y los restos de misiles en el asfalto agujereado. Pero ese pueblo nos dio una lección sobre cómo las cicatrices de la guerra yacen más profundamente, a veces silenciosas e invisibles.

Lily, voluntaria de Siobhan Trust, 2023

Era el comienzo del nuevo año escolar. Tradicionalmente, ese día se organiza una asamblea para los niños en los patios de las escuelas en uniforme de gala. Pero la guerra cambió todo. La escuela, ahora a distancia, dejaba un vacío en el patio. Era un día diferente, marcado por la guerra, lejos de las risas habituales. Así que antes de nuestra llegada, una gran fila de niños y adultos nos esperaba en la plaza central junto a la casa de la cultura, recibiendo a nuestro grupo con cierta cautela. Josi dice que la experiencia de voluntariado no siempre es agradable. “Una vez tuvimos a una mujer con uñas largas que se peleó con un hombre por una pizza en la fila. Incluso llegó la policía”, cuenta. Sin embargo, ese día todos se comportaron de manera respetuosa. Mientras los otros voluntarios calentaban la pizza en un horno portátil, Josi, disfrazada de zorro, y Lili bailaban con los niños.

Nos contaron sus pequeñas grandes dramas. Un niño se mudó con su abuela desde Orikhove porque su ciudad natal, cerca del frente, había sido casi borrada del mapa por los misiles rusos. Con orgullo mostraba fotos con un Kalashnikov, pero confesó que aunque había montado en un tanque, no era en absoluto intrépido porque temía una explosión en la planta nuclear. Su mejor amigo contó que había regresado con sus padres de Polonia, donde sus compañeros de clase lo habían acosado por ser un refugiado. Ahora, aunque vive peligrosamente cerca de una amenaza radiactiva, se siente más feliz porque está en casa.

Los niños del pueblo. Olha Kosova, 2023

La música y la pizza animaron gradualmente el ambiente en Marinka, involucrando a adultos en el baile. Olga, una mujer de sesenta años, conmovida y avergonzada, tomó una pizza y un jugo, confesando la pérdida de su hogar. Interrumpida por lágrimas, no pudo terminar de hablar. Mencionó a su hermano, desaparecido hace un año, y solicitó ayuda para encontrarlo.

La fila se fue disolviendo y los niños, nuevos amigos, esperaron hasta el final. Su única pregunta a los voluntarios fue: “¿Cuándo volveréis?”. Josi, contemplando los campos de girasoles abandonados desde su ventana, reflexionó sobre su experiencia: “Es una pena no entender todas sus historias. Quisiera hacer más. Pero a veces, simplemente estar aquí ya es mucho.”

Ahora Josi recuerda con cariño su voluntariado y dice que quiere regresar a Ucrania. Incluso cuando termine la guerra. “Estaría dispuesta incluso a ayudar a reconstruir el país”. Mientras tanto, admite que limita la cantidad de noticias que ve. “Inmediatamente siento como si todo estuviera sucediéndome a mí. Es como si estuviera ocurriendo en mi propia tierra. Realmente, esto me oprime el corazón, al saber que aún no ha cesado”, dice Josi.

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